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Tuesday, October 03, 2006

Gran pueblo con gran gente humilde















































































































HISTORIA Y VIVENCIAS DE LA VILLA SANTA SOFIA.





CRONICA



“Tierras, sudor y lágrimas”.

Era un 24 de junio de 1969, una fecha clave a las reformas a favor de los campesinos, el general Juan Velasco Alvarado promulgaba la Ley de Reforma Agraria No. 17716, su finalidad fue propiciar la formación de cooperativas agrarias. Esteban Vargas, un agricultor Sullanense, cuenta como fue el trabajo agrario en la Hacienda San Jacinto antes de ser promulgada esta ley, y como a través de un tedioso proceso, se iban liquidando las prácticas de latifundio.
A partir del Martes 24, ya se empezaba a dar al agro una importancia merecida, todos los campesinos que desde la 5 de la mañana sembraban y cosechan tierras ajenas, con salarios bajísimos y en condiciones poco apropiadas, ven en esta ley una forma de controlar el poder de los hacendados. Aunque en Sullana la mayor parte de las tierras siguieron en poder de los grandes latifundios y haciendas hasta Octubre del 70.

“Recuerdo que por la pobreza y el estilo de vida, me vi obligado a trabajar en mi infancia, entre los 10 a 11 años inicié en la hacienda San Jacinto, ubicada en Ignacio Escudero. En aquellos tiempos la capital de San Jacinto fue Zapotal, Caserío que formó parte del distrito de Tamarindo en Paita. Zapotal era un humilde lugar con casas de material rústico, elaboradas con carrizo y adobe, tan simples que parecían caer con un solo toque.
Según Esteban, el primer dueño de la hacienda San Jacinto fue Pedro Eugenio Roca Muelle, residente en Nómara. Este hacendado fue dueño de terrenos agrícolas desde Marcavelica hasta Tamarindo; y por la extensión de sus tierras se vio obligado a dividirlas por sectores, cada sección tenía su nombre propio y administración, de allí proceden Mallares, San Rolando y San José en Marcavelica; San Jacinto en Ignacio Escudero, La Manuela, La Bocana, Santa Ana, Chiclayito, Monte Abierto y Santa Sofía, así como otras tierras en el Distrito de Tamarindo y Paita.



“En esta hacienda comencé a trabajar desde muy pequeño, a los 11 años junto con ortos niños pasteamos ganado cabrío, burros, caballos y también alimentamos con pasto a cientos de chanchos de corral. Como era pequeño me pagaban 30 a 40 centavos. En la madrugada, a partir de las 4:30, acompañaba a mi padre a sacar leche y la vendíamos a burro en el mismo pueblo o en los aledaños”.


En 1950, Pedro Roca Muelle empezó la venta de las secciones de la Gran Hacienda San Jacinto, y Dionisio Romero Iturrospe compró las secciones de Santa Sofía y Mallares, estas últimas se convirtieron en las haciendas más grandes y modernas del Valle del Chira.
“Aunque con los nuevos Patrones adquirimos mayores beneficios, la vida para muchos campesinos nunca dejó de ser sacrificada, con estos patrones se sufría mucho, a veces se trabajaba tanto que nos olvidábamos hasta de comer, y otras sólo había para un caldo de verduras que duraba para todo el día. Con Pedro se trabajaba desde las 5 de la mañana hasta las 7 de la noche, y la remuneración era de S/.1.20, en reales, luego al pasar las tierras a manos de Los Romero el horario de trabajo fue de 7 am a 12m con un breve descanso a partir de las 2pm, terminando la faena a las 5:30 pm, aquí nuestra remuneración aumentó a S/. 10 diarios”.



TRABAJO EN FAMILIA.



En 1955, Esteban conoce a Cleofé Peña Andrade, quien sería su esposa a partir de los años 60, y con quien procreó 6 hijos; Juan, María, Esmeregildo, Modesta, Diana y Yuri. En ese entonces, Cleofé fue una de las tres empleadas domésticas de la casa hacienda, conjunto de casas medianas de forma rectangular, encerradas por medio de un enorme muro de adobe, con paredes y techo de tejas pintadas en rojo.



“En la casa hacienda, Cleofé trabajó en la cocina, bajo un régimen estricto en el cual se les brindaba un cuarto, al igual que a la niñera y a la señora encargada de limpieza, todas trabajaban de lunes a domingo, desde las 6 am hasta las 10 pm, en ciertos casos les daban los domingos para descansar, y el pago mensual fue de S/.150 y una gratificación para la navidad de S/.60”.



El 26 de diciembre de 1955, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Esteban, Dionisio Romero Iturrospe, hijo de Calixto Santos Romero Hernández, moderniza el sistema de trabajo, algunos trabajadores fueron estabilizados, mejoró en cierta forma el nivel de vida para unos cuantos, se les asignó viviendas de material noble y se dio un apoyo social más definido, equipando con maquinaria moderna su trabajo, este trato fue vital para que sus trabajadores no se sublevaran por medio del movimiento sindical que en 1950 a 1960 tenía auge. Aunque este trato no se daba de forma justa y equitativa para todos los trabajadores de las diferentes haciendas.



Con el proceso de reforma agraria, el 31 de Octubre de 1970, las 1,004 Has. De terreno, pasaron a ser conducidas por los trabajadores a través de la Comisión de Administración Provisional Ex Hacienda. Santa Sofía.



Según Máximo Sandoval Chapilliquen, Presidente de dicha comisión, sustenta con resolución en mano que la valorización tanto de las tierras como de las maquinarias, equipos, muebles y enseres existentes en la adjudicación provisional del predio rústico “Santa Sofía”, asciende a la cantidad de treinta millones de soles. Estas tierras pasaron a denominarse Cooperativa Agraria de Producción Santa Sofía a partir del 31 de julio de 1973, y el 10 de Setiembre de 1987 se crearon cinco pequeñas Cooperativas (Santa Sofía, Nueva Esperanza, Juan Velasco Alvarado y San Miguel), divididas por parcelas individuales tres años más tarde.


“Sufrimos, estuvimos sujetos al gamonal tanto económica como socialmente, ellos imponían la ley de acuerdo a sus intereses; el trabajo era arduo, la paga era muy pobrísima, los niveles de analfabetismo eran tan elevados que llegaban casi a un 100% entre nosotros los obreros y campesinos, fue una vida difícil, donde los únicos que tenían derechos o privilegios eran los hijos de los jefes, una vida muy injusta, aunque con todo esto, con el sudor y lágrimas con que labramos nuestras tierras, con ese mismo sudor logramos obtenerlas”, dice Esteban, mientras frunce su trigueña faz, y rosa sus manos por su escasa cabellera negra, quizá con el mismo sentimiento al recordar a sus amigos y familiares, o a todo aquel campesino que labró su propia tierra, con esa esencia que se transmite todos los días al trabajar, como si fuera un 24 de junio.




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